La señorita se lo había dejado bien claro: o se esforzaba al máximo o se pasaría todo el verano haciendo deberes con los cuadernos de SM. Y el caso es que el pobre niño era más que disciplinado, todo un esforzado de la ruta. Aunque el ciclismo no le interesaba lo más mínimo. Pero a la vista estaba no sólo su limitada capacidad intelectual, y ciclista, sino lo que era más grave: un orgullo casi enfermizo, una soberbia o altivez, como extraña mezcla de camaradería y megalomanía, que no acababa de encontrar ninguna válvula de escape -la mayor parte de los niños le rechazaban- y que a buen seguro le impedía mejorar. Ergo, su olla estaba apunto de estallar. Por eso, había decidido que aquel trabajo marcaría un antes y un después en su tortuosa trayectoria académica. Sí, se iban a enterar de quién era él cuando se ponía en serio con algo. Se iban a enterar de que no hablaba por hablar, de que a él nadie le iba a decir cómo tenía que estudiar. Este verano tendría vacaciones, como los buenos, como los listos, como los mejores. El mapa, dijo la seño, de nuestro país. Haced el mapa de nuestro país. Pero político, añadió. Y él, aquella tarde del año… se puso manos a la obra. Primero dibujó el contorno. Caramba, no sé si se parece mucho al modelo, lo mismo da, es mi país. Y empezó a distribuir el territorio. No acababa de comprender la diferencia entre región, provincia o barrio. Mira, era una de esas cosas complejas que le costaba entender. Igoal da. Siempre que decía "igual da", sonreía, y lo hacía sólo con los lagrimales y la punta de su apéndice nasal. Era algo compulsivo cuyo resultado era un confuso "igoal da", que en vasco quiere decir: es igual. Aquí, hacia el norte y el este -noreste, era también un concepto demasiado complejo- pondremos el barrio obrero, el polígono industrial. No cayó, pobre, en que los países no tienen polígonos, sino más bien pentágonos que controlan las habituales cuatro esquinas y una más, la del "por si acaso". Al norte, decidió, el barrio minero y los altos hornos. Estos mineros nunca aprenderán. Aún recordaba cuando le dijo a aquel presidente de la asociación de vecinos de los hornos -¿por qué las asociaciones de vecinos se obstinaban en ser independientes?, tampoco comprendía esta compleja obsesión- bueno, cuando le dijo a Hugo, cuyo apodo era "el indio": "Mira, Hugo, si yo hubiera querido dar el golpe contra ti, te aseguro que tú, ahora, no estabas aquí". Y fue más que suficiente para el indio Hugo, que no tuvo más remedio que comprender su destino cautivo no exento, sin embargo, de cierta admiración por aquel héroe y su caballo. Esto, para mis memorias, pensó. Porque el niño creía en los cowboys, y que cuatro palabras suyas sobre cuatro patas y una mirada, también suya, paradoja habemus, eran más que definitivas para resolver los problemas de las asociaciones de vecinos independentistas. Y que llegado el día en que fuera el jefe de los vaqueros, por el bien de éste su país de barrios, las prohibiría. Y es que los cowboys tenían hermosos y grandes ranchos. Y salitas de estar con mesillas donde poder apoyar las botas de montar. Y un señor que era el jefe de los vaqueros, aunque sólo bebía cerveza sin alcohol, porque su ebriedad sólo la producía la sangre de los indios. Ah, sí, qué tiempos aquellos. Si el indio ese del sur hiciera la guerra a mi país, la perdería. Y se lo dijo. Lo afirmó en similar ocasión vecinal. Y el indio del sur, el Hassan II, con sólo oírle, salió espantado. También para las memorias. Y al sur del país dibujó la plaza de toros, el pescaito frito y los finos. Y, claro, las procesiones de Semana Santa y la rociera de colorido, repletas todas de nazarenos y romeros por miles, como las aceitunas. Ele, la grasia. Ole, ole y ole, y que viiiiiva… Eso, que viva. Pero el barrio de pescadores, con su lonja, mejor al norte y oeste -noroeste se le resistía- por el fresco. ¿Para qué os quiero vieiras si no danzáis la muñeira? Hala, para que la seño le volviera a suspender la lengua. Y el tren, a la izquierda del polígono: pita, pita, que como no te apartes tú!! Pues eso, el ataque al tren lo ideó una mente cercana. A las memorias, fijo. Los vaqueros, al oeste, claro. Y también el barrio portuario para descubrir a los vaqueros. ¿Y al este? Ah, sí, la playa. Y los parques de atracciones. La feria infinita. Terra Mítica. Ciudad de las Artes y las Ciencias. Ciudad de la luz. Aeropuertos fantasma o Fantasmas y aeropuertos. La Cueva de Alí Babá. El Gran Desierto del Cabañal. Marina y el Loro. Y un Club Náutico con su nombre como agradecimiento de la población por haber salvado el país con su retorno. Al zurrón de las memorias. Diversión garantizada. Y al centro, en el puro centro del mundo, su casa. Tiendas, paseos, El Corte, cafés… Gentes de bien. El Centro. A relaxing cup of café, como decía aquella niña a la que también dejaban el inglés para el verano. Cuando seamos cowboys todo cambiará a mejor, Annie. Y rió con la nariz. Brave New World, ¿ves?, si es que el inglés está tirao. Josemari, a cenar... Ya voy, mamá… ¿Qué haces?... Un mapa del país… A ver… ¿Te gusta?... Josemari, esto es el plano de Madrid… No, es mi país… Pero una ciudad no es un país, ¿lo entiendes?... ¿?... Más deberes para el verano, y la bicicleta tendrá que esperar… Igoal da. Y sonrió.
Igoal da
Bó, bonic, gratis i divertit, que más quieres Baldomero. Recordo un escrit de Javier Marias on el comparava amb el nen acusica de la classe.
ResponEliminaGràcies, José Luis, pels que treballem com a negres és el nostre lema. Em sona el que dius del Marias, però no l'he llegit. Una abraçada.
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