diumenge, 15 de març del 2020

Mariano José de Larra



Por ahora

Revista Española, nº 475, 10 de febrero de 1835. Firmado: Fígaro

En nuestro último artículo, en que defendíamos la policía, dejamos ligeramente apuntado que hay «cosas buenas» en el mundo; y probamos hasta la evidencia, como solemos, que una de ellas es la policía. Como no nos pasa por la imaginación que uno solo de nuestros lectores se haya resistido a nuestras razones, tratamos de probar hoy otra verdad más indisputable todavía, a saber: que sentado el principio de que hay cosas buenas, hay palabras que parecen cosas, es decir, que hay palabras buenas.
A primera vista parece que buenas deben ser todas las palabras, puesto que sirven todas para hablar, o sea para gastar conversación, que es el fin que parecemos proponernos; esto es un error sin embargo, y error grave. Palabras hay malas, profundamente malas por sí mismas, y sin necesidad de accesorios, que forman por sí solas oración y sentido, por más que suelan ellas no tener sentido común. Palabras que valen más que un discurso, y que dan que discurrir; cuando uno oye, por ejemplo, la palabra «conspiración» cree estar viendo un drama entero, y aunque no sea nada en realidad. Cuando uno oye la palabra «libertad», sola ella, solita, cree uno estar oyendo una larga comedia. Cuando uno oye la palabra «imprenta», ¿no cree ver detrás la censura, el imposible vencido, la cuadratura del círculo, la gran quisicosa? ¿No hay quien ve en ella el abismo, la anarquía, aquel qué sé yo, que nadie sabe explicar ni comprender? Cada una de estas palabras son verdaderas linternas mágicas: el mundo todo pasa al través de ellas. Una vez encendidas, todo se ve dentro.
Estas palabras que encierran por sí solas una significación entera y determinada son malas generalmente; las buenas son aquellas que no dicen nada por sí, como por ejemplo: «prosperidad», «ilustración», «justicia», «regeneración», «siglo», «luces», «responsabilidad», «marchar», «progreso», «reforma», etc., etc. Éstas no tienen un sentido fijo y decisivo: hay quien las entiende de un modo, hay quien las entiende de otro, hay, por fin, quien no las entiende de ninguno. Éstas son buenas porque, blandas como cera, adáptanse a todas las figuras; éstas son, en fin, el alimento de toda conversación. Con ellas no hay discurso que no se pueda sostener, no hay cosa que no se pueda probar, no hay pueblo a quien no se pueda convencer. Éstas son las palabras que parecen cosas.
Ahora bien: cuando dos de estas palabras insignificantes y maleables se llegan a encontrar en el camino una de otra, únense al momento y se combinan por una rara afinidad filológica, y entonces no toman por eso mayor sentido; todo lo contrario, juntas suelen querer decir menos todavía que separadas; entonces estas palabras buenas suelen convertirse en lo que vulgarmente llamamos «buenas palabras».
He aquí las reflexiones que teníamos presentes al sentar en el papel el titulillo de este artículo. Nadie nos negará que la palabra «por» quiere decir poco cuando va sola; pues de la palabra «ahora», no decimos nada. He aquí, pues, dos palabras excelentes, y combínense como se combinen. Júntese el «por» con el «que», y resultará el «porque». Siempre se ha dicho que el porqué de las cosas es inaveriguable; por consiguiente, no quiere decir nada. Póngase el «ahora» en oración y digamos, por ejemplo: «¿Qué hay ahora? ¿Qué se hace ahora?». Nada. Ambas son, pues, palabras nulas, y buenas por consiguiente. Combínense ahora juntas y digamos: «por ahora» y se verá el efecto peregrino de la suma de todas las nulidades.
Pocas palabras hay tan buenas, tan útiles en el día, tan en boga; pocas palabras buenas que puedan tan fácilmente convertirse en «buenas palabras». ¿A qué no contesta usted con el «por ahora»? Es la espada de Alejandro, que corta todo nudo gordiano; es la panacea universal que templa todos los dolores. Buena jornada habríamos echado si no pudiéramos contestar a todo: «Por ahora».
¿Cuánto no suaviza esta frase toda mala contestación? Por mejor decir, no hay con ella mala contestación posible, y todo aquel que sepa lo que es una repulsa seca, sabrá apreciar cuánto valen las buenas palabras. Son el vino que se mezcla con el agua para quitarle su crudeza. Ejemplo. «No» quiere decir que no. Pero si en vez de decir «no», dice usted «por ahora no», aunque usted quiera decir lo mismo, si habla usted sobre todo con un tonto, como suele suceder, ha dicho usted una gran cosa. ¿Y qué cuesta decir dos palabras más?
Convencidos hombres muy ilustrados de esta verdad, ¿cómo pudieran no usarlas continuamente?
Lluevan sobre ellos en buen hora demandas y peticiones, renuévese la tabla de los derechos, clamen por todas partes tribuna y periódicos por la libertad de imprenta; no le responderán a usted con un «no» seco, sino que «por ahora no conviene». Pida usted más garantías; abogue usted por una verdadera seguridad individual; porque tal o cual estado es absurdo. «Lo vemos –responderán–, y, lo que es más, con dolor; empero por ahora no es oportuno. Para que un pueblo esté bien gobernado, para que sea feliz, es preciso que se difunda la ilustración; para que un pueblo sea libre, es preciso que sepa mucho... y esté bastantemente ilustrado.... véase, si no, Grecia y Roma; aquéllos eran pueblos libres... pero, ¡lo que se sabía allí! ¡Qué pueblos tan ilustrados! ¿Qué tiene que ver la España del siglo XIX con la Grecia de Licurgo y la Roma de Numa?»
Venga usted a decirme que el sistema judicial no es gran cosa. Que cada uno multa como le da la gana, y juzga como le parece. Pero eso es «por ahora» no más. Deje usted que llegue aquel día raro, aquel día particular, que ha de ser el decisivo; el día, en fin, de la oportunidad, el día que nos convenga pasarlo bien, que ese día será otra cosa.
Que hay confusión de poderes, de palabras y de cosas; que no nos entendemos; que es una verdadera Babel; que no andamos un paso, un solo paso; pero eso es «por ahora». Todavía no conviene que nos entendamos. Es preciso buscar el momento oportuno. Pues qué, ¿no hay más que entenderse cualquier día del año, cualquier año del siglo?
¿Y quién es el encargado, preguntarán ustedes, de conocer el momento? ¿Quién es ese sabio sagaz y penetrante, que ha de conocer cuándo nos conviene ser iguales, ser libres, poder hablar, ser, en una palabra, felices? ¿Dónde está la línea divisoria entre la inoportunidad y la oportunidad? ¿Quién es el ilustrado encargado de medir nuestra ilustración?
«Por ahora», amigo lector, no se columbra todavía a ese sabio, responderemos; ni nosotros hemos hecho ánimo de responder «por ahora» a todas las preguntas, ni nos dejarán responder tampoco «por ahora», aunque quisiéramos. Limitámonos «por ahora» a probar que como hay cosas buenas entre nosotros, hay palabras que parecen cosas, y «palabras buenas» que nos dan por «buenas palabras». Que las voces «por ahora» son las primeras de este género, y, si bien se mira, bastante hemos dicho «por ahora».

Doncs això, ara per ara, tancats a casa, sense pedalar, amb el principal focus d'infecció per controlar des de fa segles, virus per a tots, no siga que qualsevol comunitat autònoma li puga donar lliçons de com fer les coses a aquesta mena  de disbauxa anomenada Madriz; i sense mesures sanitàries i socials a l'alçada de les circumstàncies.

divendres, 6 de març del 2020

Mariano José


Tenía mi amigo que arreglar sus papeles, y fue preciso acompañarle a una oficina de Policía.
¡Aquí verá usted -le dije- otra amabilidad y otra finura!
La puerta estaba abierta y naturalmente nos entrábamos; pero no habíamos andado cuatro pasos, cuando una especie de portero vino a nosotros gritándonos:
-¡Eh! ¡Hombre! ¿Adónde va usted? Fuera.
«Éste es pariente del calesero», dije yo para mí; salímonos fuera, y, sin embargo, esperamos el turno.
-Vamos, adentro; ¿qué hacen ustedes ahí parados? -dijo de allí a un rato, para darnos a entender que ya podíamos entrar; entramos, saludamos, nos miraron dos oficinistas de arriba abajo, no creyeron que debían contestar al saludo, se pidieron mutuamente papel y tabaco, echaron un cigarro de papel, nos volvieron la espalda, y a una indicación mía para que nos despachasen en atención a que el Estado no les pagaba para fumar, sino para despachar los negocios:
-Tenga usted paciencia -respondió uno-, que aquí no estamos para servir a usted.
-A ver -añadió dentro de un rato-, venga eso -y cogió el pasaporte y lo miró-: ¿Y usted quién es?
-El amigo del señor.
-¿Y el señor? Algún francés de estos que vienen a sacarnos los cuartos
-Tenga usted la bondad de prescindir de insultos, y ver si está ese papel en regla.
-Ya le he dicho a usted que no sea usted insolente si no quiere usted ir a la cárcel.
Brincaba mi extranjero, y yo le veía dispuesto a hacer un disparate.
-Amigo -le dije-, aquí no hay más remedio que tener paciencia.
-¿Y qué nos han de hacer?
-Mucho y malo.
-Será injusto.
-¡Buena cuenta!
Logré por fin contenerle.
-Pues ahora no se le despacha a usted; vuelva usted mañana.
-¿Volver?
-Vuelva usted, y calle usted.
-Vaya usted con Dios.
Yo no me atrevía a mirar a la cara a mi amigo.
-¿Quién es ese señor tan altanero -me dijo al bajar la escalera- y tan fino y tan...? ¿Es algún príncipe?
-Es un escribiente que se cree la justicia y el primer personaje de la nación: como está empleado, se cree dispensado de tener crianza...
-¿Y aquí tiene todo el mundo esos mismos modales según voy viendo?
-¡Oh!, no; es casualidad.
-C’est drôle -iba diciendo mi amigo, y yo diciendo:
-¿Entre qué gentes estamos?
(Larra, "Entre qué gentes estamos", 1835)

Hola, bon dia… El funcionari segueix fullejant els papers que té al davant com si més enllà de la tauleta on seu no hagués ningú parlant-li: Sí, bon dia, veníem… Oye!, -el funcionari li parla a la porta oberta que és al seu darrere, un poc a la dreta- quién organiza lo del sábado?... ¿Por qué? -li contesta la porta-… Por qué va a ser?. Yo, tonterías las menos. Ya me conoces… Per favor, ¿pot atendre'ns?, és molt senzill, mire… Qué dices? Pues si esas tenemos, vamos listos. Hay que estar cubierto, no me jodas -li etziba a la porta, davant el seu silenci Mire, el meu amic és estranger…  ¿A qué vienen tantas dudas? Nadie te obliga… -li retreu la porta. Pero vosotros ya sabéis que la cosa no es legal… Y quién va a buscarnos las vueltas. Si vamos con caretas y too... Ya, pero no sé, la verdad. Perdone, el meu amic voldria saber si el seu passaport… I per primera volta des que ha començat l'escena, el funcionari li dirigeix una mirada meitat revista militar meitat fastig: Caballero, mi no entender -li desafia Com que no m'entén? Doncs la seua obligació… Caballero, insolencias ni una, a ver si acabamos mal… L'amic sí que no entén res. Vuelva usted mañana, caballero, que igual está el intérprete… Huy, sí, el intérprete -fa eco la porta. Que c'est drôle -riu l'amic... Ui, sí, divertidíssim. Anem-se'm. Entre quines gents que hi som, amic meu. (Una de tantes True Story, 2020)